Diario de un Español en Kenia IX
Diani Beach, Glory Palace. (Mombasa 25-02-05)
El tiempo pasa deprisa y si lo estas pasando bien, mucho más... Los días se sucedían incesables y comenzábamos a pensar con tristeza en el final de nuestra aventura, pero antes quedaban muchas cosas por ver y hacer.
El fin de semana librábamos casi todo el grupo de amigos que por cosas del destino no habíamos juntado desde el primer día y hecho inseparables. Nos denominábamos el “Amor e Vita”, pero eso es otra historia...
Esta vez decidimos ir más allá y pasar todo el fin de semana en Mombasa, para poder aprovechar al máximo el tiempo libre. Como ya conocíamos el funcionamiento del transporte nos lanzamos a coger el bus que hacía el trayecto Nairobi – Mombasa. Para pasar la noche del sábado al domingo alguien del equipo nos habló de un hotel cercano a la playas de “Diani”, al sur de Mombasa.
A las cuatro de la mañana estábamos esperando el bus en la plaza principal de Voi, y para no variar venía con retraso... pole, pole (despacio, despacio). Sobre las cinco subimos al bus y realmente tuvimos suerte porque quedaban las plazas justas. El vehículo se puso en marcha dando botes, y así seguiría durante las tres horas que duró el trayecto.
El autobús estaba lleno de insectos que subían e intentaban escapar por los cristales de las ventanas, en aquel momento no quise ni pensar que tipo de bichos serían, porque con las primeras luces del alba desaparecieron, volviendo a sus escondites, ahora crei que podrían ser chinches... afortunadamente a los pocos kilómetros de viaje me quedé dormido.
Sobre las ocho de la mañana me desperté, estábamos llegando a Mombasa. El mal estado de la carretera en su tramo final, hacía que el bus diese unos botes increíbles.
El vehículo nos dejó en el centro de la ciudad, y allí preguntamos por los “matatos” que iban hacia el ferry. No tardamos demasiado en encontrar uno que nos acercó hasta allí, en mitad del caos circulatorio. Atravesamos un pequeño mercado de pescados y bajamos hasta la entrada al ferry. Eran dos grandes embarcaciones cargadas de personas y vehículos que surcaban constantemente el trozo de mar que dividía en dos la ciudad.
Una vez en la otra orilla buscamos otro matato que nos llevase hasta “Diani Beach”, con la gran cantidad de matatos existente volvimos a subir a otro en pocos minutos, tras regatear el precio del viaje (esta vez nos timaron) y en una media hora estábamos entrando por la puerta del “Glory Palace”, el hotel del que nos habían hablado.
Era un pequeño hotel de tres plantas, con piscina y poco más. Las habitaciones
no disponían de mosquiteras y los baños... estaban un poco mal. Cierto es que esto nos importó muy poco, pues no pensábamos pisar el hotel salvo una horas para dormir y descansar. Llamaba la atención la seguridad de las habitaciones... un gran candado servía para evitar la entrada de ladrones.
Dejamos las cosas en las habitaciones y salimos ya en bañador hacia la playa, que estaba a menos de un kilómetro.
Por aquella zona el acceso a las playas es privado y o entrabas por alguna entrada lejana y pública o te colabas en uno de aquellos hoteles de lujo junto a pie de playa. Ese primer día optamos por lo primero, por lo que tuvimos que caminar bastante, pero obtuvimos a cambio una gran recompensa. El Índico en todo su esplendor a nuestros pies.
Aunque la marea estaba baja, y una gran cantidad de erizos de mar intimidaban bastante el momento de darse un baño, ni cortos ni perezosos nos introducimos en las templadas aguas, eso si, con chanclas y mirando muy bien donde pisábamos...
Intentamos llegar hasta un arrecife de coral que protegía la costa de las fuertes embestidas del mar, pero resultó imposible. La marea estaba comenzando a subir y lo hacía rápidamente por lo que decidimos no correr riesgos y volver.
J., J.L., el Brigato y yo, que íbamos juntos ese día, salimos de la playa en busca de un buen lugar para comer, pues la caminata y el mar no habían abierto el apetito.
Encontramos un local vacío en el que nos sirvieron unas buenas langostas, acompañadas de vino, ensalada y otras cosas que ahora no recuerdo, pero que sin duda saciaron nuestra gula, y todo un precio que arruinaría a Telepizza!!!.
Con el estómago lleno, fuimos a visitar las tiendas de recuerdos que había paralelas a la carretera. Tenían de todo, podías encontrar: collares, pendientes, camisetas, telas, máscaras y sobre todo figuras de madera, algunas de ébano; pero lo que más me llamó la atención fueron unos pequeños muñecos hechos de madera, telas y una especie de esparto. Eran muñecos de vudú, algunos bastante antiguos, como sucios... daban un poco de grima, pero muy curiosos, tanto, que estuve a punto de traerme uno. Otro objeto que también despertó mi curiosidad fue una especie de muñeco de metal dorado, que representaba la figura del típico explorador de época Victoriana, con el sombrero y todo, debía de tener muchos años, pues eran toscos y el metal estaba golpeado y descolorido. Lo cogí con las dos manos, era bastante grande, y pesaba una barbaridad... Me hubiese gustado comprarlo, aunque era caro, pero el peso y la posibilidad de que en la aduana me crujiesen, me quitó la ilusión.A parte de estas figuras, que estaban en una tienda de antigüedades, había también instrumentos musicales hechos con todo tipo de frutos endémicos, con formas y aspectos muy variados.
Compramos algo, que ya no recuerdo, y salimos de la zona, en dirección al hotel, pero antes deseábamos darnos un chapuzón en el Índico, ahora que ya había subido la marea. Esta vez para acceder a la playa nos colamos por la entrada de un hotel de lujo el “Leopard”, tenía en su interior varias tiendas todo muy pijo y con unos precios desorbitados.
Llegamos a la playa, que estaba en una pequeña cala a la que se accedía por una cueva. Había oleaje y no nos atrevimos a nadar mucho, pues la resaca era bastante fuerte, pero el baño nos sentó genial.
Regresamos una hora después a nuestro hotel, pero por el camino J.L. tuvo tiempo para regatear y cambiar una toalla por una figura de ébano, bastante fea por cierto, pero por una toalla ¿Qué se podía esperar?. A mi me querían comprar las chanclas, y eso que eran un regalo del Mc Donalds, que me dio el Brigato, ya que yo me dejé las mías en España.
Cuando llegamos al “Glory Palace” nos dimos un buen chapuzón e hicimos unas bombas en la piscina, para quitarnos toda la sal del océano. En eso estábamos cuando llegaron los otros “rafikis”: P., J.M., P., C., y P.
Subimos con ellos a las habitaciones para cambiarnos y prepararnos para salir a cenar algo. (Continuará... y subiré más fotos si blogger me deja, porque hoy tiene el día tonto de cojo...)
9 comentarios:
Vaya aventurita....
Por cierto, te he reconocido en la foto de la comida, por un detalle bastante curioso que me conozco muy bien, jajaja
Anónimo intrigado me has...
No se cual es el detalle, ni se si me conoces, tan bien como dices...
aishh, como siempre chulisisisimo el relato, me muero de la envidia!. Aunque yo reitero que me muero entre insectos, así que yo iría forrada de papel celofán para que no me tocarán!eso sí, moriría asfixiá, no?jajaja
Me voy a ahorrar la opinión sobre la langosta porque con lo que me usta comer..mare míaaa si pillo un monstruo de esos!!.
Por cierto, los 2 chicos de la comida a los que se les ve parte de la cara, tienen la barbilla perfecta, uffff, marcaita como me usta, y tienen unas bocas mu chulas!. No serás tú uno de ellos, que te compro!!!!!
Olvidas lo que valía mi camiseta de "Cogorro"
Hmmmmmm, suena estupendo!!!
Hmmmmmm...
Ja, ja, ja Gemmita, vaya mala compra que ibas a hacer!!!, muchas gracias por tus comentarios.
Brigato, tenías que haber ido con la camiseta de Corbalán, que está más valorada!!!
Lunarroja, suena bien, pero sabía... como sabía la langosta!!!
Gemmita, la barbilla no es lo mejor... pero coge número, que la cola de la compra es grande...
Anónimo, no mientas... ja, ja, ja.
Si no fuera porque sé que lo dices con la boca pequeña me ofendería por lo de decir que miento... claro que tampoco digo toda la verdad... Sus defectos tiene Gemmita, pero ¿qué no se le perdona a quien te deja dinero a cambio de dientes?
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